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martes, 5 de septiembre de 2006

«No podemos suplir a la familia»

Peruana y cubana, Charo Pérez y Oneida Blanchet reivindican mejores salarios porque «se debe reconocer ya la importancia de este trabajo»

Maestra de Primaria y profesora de Lengua y Literatura Española en su Cuba y Perú natales, Oneida Blanchet y Charo Pérez son compañeras de trabajo. Están casadas, respectivamente, con un guipuzcoano y un palentino afincados en Vitoria. El destino ha deparado a estas dos mujeres cultas y simpáticas un mismo trabajo: la ayuda a domicilio con ancianos.

Inmigrantes por amor, su primera intención al llegar a España fue ejercer la docencia. En seguida se dieron cuenta de que les iba a ser muy difícil convalidar sus estudios, primero, y dominar el euskera, después. Ante un panorama de desempleo, no lo dudaron. Se prepararon para trabajar en el Servicio de Ayuda a Domicilio (SAD), un recurso totalmente desconocido en sus respectivos países.

Oneida se decidió por este trabajo hace ya siete años por una razón puramente económica: tiene cinco hijos. Charo aún no es madre pero hace tres años, uno después de recalar en la capital alavesa, se decidió a trabajar porque «no sé estar en casa». Así se cruzaron sus vidas en la misma empresa.

«Me gusta lo que hago. En un mundo en el que todo empieza a ser tecnología, prefiero trabajar con personas a hacerlo con máquinas», resalta la joven peruana. Charo Pérez ve «aquí mucha soledad en la gente mayor». Y a ella, que viene de un país donde las familias se ocupan de sus viejos y no se han alcanzado los niveles de longevidad del llamado primer mundo, le conmueve oír a algunos ancianos que le dicen: “¿Cuándo me moriré?” Es tremendo, señala.

Oneida comparte las palabras de su compañera. «Quizá porque tengo a mis padres tan lejos, me identifico mucho con los ancianos, con su soledad y muchas veces con la falta de cariño que tienen. Prefirieron trabajar con ellos a hacerlo con niños», asegura.

Las dos mujeres tienen muy claro, no obstante, cuál es su cometido. «Me desvivo por atender bien a un abuelo o una abuela», dice la trabajadora cubana. «Claro que sí, pero el rol de la familia es irremplazable. Nosotras no podemos satisfacer todas sus necesidades de afecto». Y Oneida está de acuerdo. «Desde luego», apostilla.

«Trabajo importante»

Su acuerdo se extiende a más cuestiones. A menos de un año para la negociación del convenio en lo que a salarios se refiere, las dos empleadas reclaman «un esfuerzo para mejorar los sueldos. Debe hacerse. Nuestro trabajo contribuye a mantener a que el anciano esté en casa», reclama Charo. Oneida ratifica la reivindicación. «Somos unas trabajadoras con preparación. Llevamos ya cuatro cursos específicos sobre cuestiones relacionadas con la vejez».

Las dos mujeres defienden como nadie la función social del servicio público. «La sociedad lo valora pero hay que reconocer aún más su importancia», insiste Charo. Oneida zanja la charla con un dato. «Por mi experiencia, más del 80% de los ancianos no quiere ir a una residencia, quiere estar en su casa. Mira si es importante este trabajo».

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